Se dice de Nueva York, que cuando uno la visita por primera vez siente que ya ha estado allí. Y así fue para mí. Cuando llegué a esta ciudad pronto me di cuenta de que tanto las personas que me cruzaba, como el escenario por el que caminaban me resultaba familiares. Todo se parecía mucho a ese imaginario ya contruído en mi cabeza e incrustado a base de fotos y fotogramas de los más grandes fotógrafos y directores de cine… así que los días allí se convirtieron en un divertimento, en una recreación, en un reconocer aquello que consideraba propio de la ciudad.
Normalmente, cuando estoy detrás de la cámara actúo como un observador y trato de evitar ser participe de la realidad. Sin embargo, en Nueva York, tuve una sensación muy diferente. La experiencia de conocer esa ciudad resultó más ser como un juego, una manera de experimentar por unos días las mismas sensaciones que tuvieron aquellos grandes fotógrafos, que salían a fotografiar la ciudad como si ésta fuera su propio estudio.
En mis paseos diarios me cruzaba con Bruce Davidson o Helen Levitt, me imaginaba a Lisette Model disparando desde la cintura con su Rolleiflex o me encontraba con Joel Meyerowtiz fotografiando a neoyorquinos al atardecer con su película Kodachrome cargada en su cámara. Esos días fueron como un sueño, un maravilloso deambular por el imaginario colectivo que tenemos de la ciudad de Nueva York.
Y es que por un instante me pareció ver también a William Klein, estaba muy cerca de una tienda de caramelos.